Hugo E. Grimaldi - Agencia DyN
Aunque faltan dos meses y medio para las verdaderas elecciones legislativas, la campaña que se está jugando para las primarias de la semana próxima ha tomado ribetes bien calientes, pero a la vez contradictorios. Basta escuchar las denuncias que se cruzan por supuestas violaciones de la veda electoral de parte de la mismísima Presidenta, los saltos de cerco de más de un dirigente, el aprovechamiento político de las fotos con el Papa, el miedo a eventuales fraudes o la vaguedad de muchos discursos, como para comprobar que hay ruido en el escenario, aunque otra cosa parece ser el interés de la platea.
En materia de incoherencias, en los últimos días, bien vale anotar como una de los más salientes el reto público que la diputada Elisa Carrió le propinó a sus competidores dentro del espacio UNEN en la Capital Federal, colegas a quienes se supone que ella debería apoyar, aún si no pudiese acceder a la contienda. El episodio resultó ser toda una definición sobre la capacidad que tiene la dirigente para minar terrenos y ya se verá si haberse mostrado esta vez tan filosa como suele ser, le ha jugado o restado acompañamiento, justamente en una de las pocas fuerzas que dirimen algo tangible el domingo 11. Sin embargo, la paradoja mayor de esta campaña tan vacía de contenidos ha sido el modo en que el Frente para la Victoria eligió para estimular a sus fieles. En la que por recursos y difusión quizás haya sido la apelación propagandística más elaborada, contundente y vista de todo el país, los publicistas del Gobierno le erraron el vizcachazo ideológico y generaron un eslogan de alto impacto a partir de la frase "en la vida hay que elegir", un casi homenaje a los mercados y glorificación del proceso de toma de decisiones individuales.
Si bien el doble sentido del "preferime de nuevo porque, como me votaste, yo elegí esto para vos" que desarrolla el spot va en línea con la lógica amigo-enemigo ("este Gobierno eligió igualar posibilidades, a los que más necesitan, la memoria al olvido, el trabajo y la producción, que nos respeten, desendeudarnos, no someterse, cuidar lo nuestro, recuperar YPF y Aerolíneas, que puedas elegir, no mirar para otro lado, la libertad de expresión, la vida, escuchar a los jóvenes, el porvenir y la Patria"), no hay dudas que se trata de opciones que anulan todas las contracaras que no se eligen y que remiten casi a como actúa un consumidor que vota en el mercado comprando tal o cual producto y desechando a los demás.
Si de opciones se habla, en cuestiones meramente operativas, el Gobierno puso sobre el tapete una serie de hechos que lo dejaron a la intemperie demasiado seguido. Una de estas cuestiones, también de tono propagandístico, es haber presentado al primer precandidato bonaerense, Martín Insaurralde en un cartelón con el papa Francisco, aprovechando que la Presidenta lo coló en la delegación oficial a Río de Janeiro.
Observadores de ese encuentro sostienen que Jorge Bergoglio le dio calce al intendente de Lomas de Zamora, para evitar tener un encuentro político a solas con la presidenta argentina, a quien edulcoró con temas familiares, mientras que evitó hablar de cuestiones de fondo, aquellas que se dilucidan entre jefes de Estado. Y como ejemplo ponen las charlas que tuvo con Dilma Rousseff con quien habló de temas más trascendentes, como la eventual conformación de una alianza global para luchar contra el hambre y la pobreza. No obstante, la fotografía de la discordia, que hizo ruido en ambientes eclesiásticos porque se la consideró al menos oportunista, tuvo también un correlato crítico de parte de kirchneristas enfrentados en la interna lomense con Insaurralde, como su ex rival, el vicegobernador bonaerense, Gabriel Mariotto.
Tampoco fue demasiado feliz la victimización del candidato, a quien se lo presentó en otro spot con la cabeza calva en tiempos de una quimioterapia que le salvó la vida, proyección que desapareció para ser reemplazada por un diálogo de Insaurralde con el resucitado gobernador Daniel Scioli, quien pasó de ser vituperado y ninguneado, efecto Sergio Massa mediante, al meloso calificativo de "querido Daniel" que ahora expresa habitualmente la Presidenta.
Por su parte, la oposición se hizo un festín con el supuesto traspié del afiche y muchos hasta compararon la pegatina con la quema del cajón que hizo Herminio Iglesias en el Obelisco, en 1983. Del otro lado, y quizás feliz con el ruido que se había generado, el kirchnerismo paseó provocativamente una camioneta por la ciudad de Buenos Aires con otra foto, la de la primera reunión de Cristina Fernández con Francisco, en el Vaticano.
Otra elección que se vio clara en la semana de parte del Gobierno, fue seguir hablando de logros económicos, en medio de un complicado proceso inflacionario que incluye déficit fiscal, falta de inversiones y pérdida de reservas. Aunque es recurrente en la Presidenta, surge de su discurso en la Bolsa de Comercio, que hubo una clara manipulación de las cifras económicas que quienes estaban presentes, sin la presencia de los vitoreadores oficiales que debieron quedarse afuera, apenas aplaudieron.
Con la reglamentación de la Ley de Mercado de Capitales bajo el brazo, que permite observar cómo se balancea la espada de Damocles sobre la cabeza de 37 empresas en las que el poderoso Estado tiene intereses accionarios, Cristina presentó cifras récord de recaudación nominal, como si la acción de la AFIP fuese una topadora, mientras todo el mundo se codeaba, porque allí dentro todos conocían que buena parte de las mejoras son los efectos típicos del impuesto inflacionario. Es la misma inflación que corroe todos los días los ingresos de los más humildes, que ataca cada día más a los trabajadores registrados que pagan impuesto a las Ganancias sin que se toquen las escalas y que barre debajo de la alfombra al menos a 10 millones de pobres.
Otra preferencia que expresó el Gobierno apenas terminó la elección de 2011, cuando la ciudadanía consagró a Cristina como presidenta por segunda vez por 54% de los votos, fue la imposición del cepo cambiario, que se fue extendiendo cada vez más, aunque no para todos. Esta última semana quedaron en el ojo de la tormenta los pases de futbolistas que se compran al exterior, algunos de ellos frenados por estar sospechados de ser vehículo de operaciones de lavado de dinero.
La injusticia de la cuestión es que esos dólares que se pagan por tan millonarios pases parecen tener vía libre al precio oficial, mientras que quienes viajan al exterior deben padecer para conseguir divisas y pagar un recargo si usan la tarjeta de crédito. Otro tanto ocurre con algunas importaciones de artículos suntuarios, como por ejemplo automóviles de alta gama, pero el caso de fútbol se ha vuelto emblemático.
La necesidad de poner a rodar la pelota, llevó primero al Gobierno a sugerirle a la AFA que no concurra público visitante a los estadios, como si la violencia se generara en los cruces entre hinchadas. La última media docena de casos, con muertos inclusive, han sido enfrentamientos entre facciones de la barra de los mismos clubes. Como si eso no fuese poco, bajó otra orden: que sólo puedan ingresar a las canchas los socios de cada club local, con lo cual las instituciones dejarán de percibir mucho dinero por año, que seguramente alguien (se sospecha que el dinero de los contribuyentes) va a compensar. El punto clave de toda esta novela que amenaza con deteriorar lo poco que queda del espectáculo futbolístico, una manera de asegurar público cautivo para que consuma la propaganda de la televisión pública, marca la manifiesta incapacidad que han demostrado los organismos oficiales para prevenir y para frenar la violencia.
Otra elección que fue creciendo a medida que el Ejecutivo avanzó sobre los otros poderes fue la necesidad de enfrentar a la Justicia. Está claro que cuando hay fallos que lo hacen sentir mal, inmediatamente el Gobierno lanza furibundos ataques contra lo "ilegítimo" de la concepción del actual Poder Judicial. Ahora, cuando tres decisiones seguidas de la Sala I de la Cámara en lo Criminal y Correccional Federal que, por diferentes motivos, tendieron a beneficiar a Ricardo Jaime, Amado Boudou y Hebe de Bonafini, la preferencia que muestra el Gobierno por el silencio hace más ruido que cualquier palabra.
Más allá de todos estos temas coyunturales, se puede argumentar que ante los caminos que debió tomar y publicitar el Gobierno con el eslogan "en la vida hay que elegir", había también una gran batería de valores de fondo que pudo elegir y no eligió, como un Indec sin mentiras, más diálogo político, una integración más plena al mundo, una economía más abierta, menos gastos, menor presión impositiva, más industria, pero también más campo, etc. Sin embargo, lo duro del disparate está en el fondo de la cuestión y no tanto porque la han puesto a la Presidenta a recitar esa parte tan delicada del credo neoliberal.